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jueves, 18 de noviembre de 2021

PRIMERA SESIÓN DE CABILDO DE TLAPEHUALA: UN DIA HISTÓRICO

“En el pueblo de Tlapehuala, municipio del mismo nombre del estado de Guerrero. Siendo las catorce horas del día veinte de noviembre de mil novecientos cuarenta y siete se presentaron ante el pueblo en masa. Que integra este municipio el c.c. Profr. y dip. Ernesto Domínguez Pichardo, presidente de la H. XXXVII Legislatura local y representante del c. gobernador del Estado, los c.c. dip.,y Profr. Rafael Jaimes en representación del P.R.I. y dip. Profr. Victorico López Figueroa, dip. Levi Romero, Andrés Jaimes, secretario general de la liga de comunidades Agrarias, Héctor Ríos Neri, oficial mayor de la H. Cámara de diputados, los que fueron jubilosamente recibidos por los pueblos que integran este municipio con muestras de entusiasmo, vitoreando ininterrumpidamente el c. Gobernador constitucional del estado llegando hasta el centro del pueblo, por sus calles bellamente engalanadas. Acto continuo y haciendo uso de un micrófono que fue instalado en el kiosco de la plaza hicieron uso de la palabra conforme al programa oficial el c.c. Profr. Rafael Jaimes, dip., de la H. Cámara leyendo un Bando solemne número 45 de fecha cinco de los corrientes el c. dip. Profesor Ernesto Domínguez Pichardo dirigió al pueblo un importante discurso en que bosquejó lo trascendental de los actos que se llevan a cabo conmemorando el XXXVII aniversario de la Revolución Social Mexicana y la creación en municipio de los pueblos de que trata el decreto relativo con cabecera en este mismo pueblo, de la importante labor administrativa de trabajo y decencia que conforma el programa de gobierno del señor general Baltazar R. Leyva Mancilla haciendo un balance realista de la potencialidad económica del nuevo municipio. Su posible transformación industrial con métodos modernos con la introducción de la energía eléctrica de Temazcaltepec, que revolucionará la industria sombrerera, la agricultura, la ganadería consiguiente con sus poderosas vías de comunicación exhortó asimismo a los pueblos a laborar por el engrandecimiento y prestigio del nuevo municipio, dignificando así la forma hecha realidad de fecundar para bien de toda la intensa labor de recuperación nacional que encarnan las aspiraciones de los pueblos progresistas y de los gobiernos local y nacional. Incontinente el c. Profr., y dip., Rafael Jaimes hizo uso de la palabra en representación del Partido Revolucionario Institucional estando las bases precisas en que descansa dicho instituto como guardián y garantía del pueblo mexicano, con su inminente programa de servicio social. Enseguida el c. dip. Profr. Victorico López Figueroa expresó un elocuente discurso profundamente histórico. El pueblo de Tlapehuala comisiona a los c.c. Profr. Delfino Hernández y Tomás Arzola Nájera para expresar en su nombre la gratitud del pueblo para con sus gobernantes expresándose con palabra clara y cariñosa. Enseguida en nombre del C. Gobernador Constitucional del estado, el c. Diputado y Profesor, Ernesto Domínguez Pichardo descubrió la placa y monumento levantado en el jardín de la plaza que conmemora la erección de este municipio. Trasladaron al recinto municipal del H. Ayuntamiento en nombre del C. General Baltazar R. Leyva Mancilla, gobernador del estado, el c. Dip. Profesor Ernesto Domínguez Pichardo y de conformidad con el oficio número 11.1-3830 del 14 del presente tomó la protesta de rigor a los c.c. concejales propietarios Rodolfo Martínez, presidente, Guillermo Limones Salmerón, síndico; J. Santos Miranda, Élfego Isidro Duque, y Prisciliano Vuelvas; suplente, Fermín Miranda, Salvador Flores, Martín Pineda, Ignacio Rojas, y Valente Cruz Peralta, en la siguiente forma: “En nombre de la Constitución General de la República del C. Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, del C. Gobernador Constitucional del Estado y de la XXXVII Legislatura local, hoy 20 de noviembre de 1947, declaro solemnemente instituido el municipio de Tlapehuala, de conformidad con el Decreto número 43 promulgado en el Periódico Oficial número 45 de fecha cinco de los corrientes mes y año. Ciudadanos regidores en nombre de la Constitución General de la república de la particular del Estado y del pueblo, ¿protestan ustedes cumplir y hacer cumplir las mismas, velando por el bienestar de y progreso del pueblo y prestigio de la administración? (Sí, protestamos). Si así lo hiciesen, el pueblo y el gobierno os premien, si no, os demanden. Enseguida tomaron posesión de sus puestos y como número oficial, se cantó con respeto el himno nacional. De todos estos actos se tomaron fotografías, glosando todo en la presente acta que se levanta por quintuplicado para debida constancia. Damos fe”.

Rodolfo Martínez 
Guillermo Limones 
J. Santos Miranda
Élfego Isidro Duque 
Prisciliano Vuelvas.

domingo, 22 de febrero de 2015

El guache y sus carbones de fuego.

Hay una historia bonita de una mamá que le enseña con un ejemplo a su hijo, lo dañino que puede ser para uno el tener problemas con alguien más.
Lo llevó ante un costal de carbón y puso enfrente una sábana blanca y le dijo al niño que imaginara que la sábana era su adversario con quien había tenido problemas y que le lanzara con fuerza todos los carbones que pudiera, hasta que su enojo se calmara.
El niño vació el costal de carbón y con la satisfacción en el rostro le dijo a su mamá que ya se sentía mejor, su furia se había apaciguado.
La mamá le enseñó la sábana que apenas se había manchado y los carbones tirados en el suelo, y llevó al niño al espejo para que viera como había quedado de tiznado en su faena.
Y con ese ejemplo, le dijo, que aunque tuviera razón en su enojo ante su pequeño adversario, al responder los ataques y lanzar los carbones, viera como había quedado de manchado y que así es la forma en que uno se queda cuando se ataca a alguien más.
Y dando un giro a esa historia, creo que esos carbones que representan el coraje y el rencor, los podemos sustituir por carbones de alegría, de paz, de amor y lanzarlos a todos nuestros semejantes.
Con la gran meta, que al final, después que vaciemos nuestros costales de carbón a las sabanas blancas de nuestros semejantes, seremos nosotros los más impregnados de esos nobles sentimientos.
¡A lanzar carbones de amor!

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sábado, 21 de febrero de 2015

¡Pero qué sabe de pozol, aquel que nunca fue a una velación!

Recuerdo ese pozole, en su cazuelita de barro, con ese rojo producto del chile guajillo y de puya, colmado de cebolla, con su chile verde serrano cortado en pedazos, pero tan uniforme que sabes que fue cortado para dar sabor.
Veo esa cazuela de barro, con los granos de maíz hervido, del de nixtamal, no de ese pre cocido con el que lo preparan ahora.
Imagino el olor del orégano, de hojitas tronantes que se deshacen en los dedos mientras lo esparces por toda la cazuela. Y ese limón partido que le rocías, lo exprimes con fuerzas y sientes el olor del zumo en tu nariz y lo sueltas hasta que sabes, que ya no tiene una sola gota de zumo más.
Y ahí lo tienes frente a ti, en ese recuerdo de niñez, en esa cama de otate en la que todos los niños que fueron a la velación los mandaron a cenar, tal vez un pedazo de trompa o la oreja de la cabeza del marrano asoma en ese plato, que nunca un niño hizo esperar.
Ese era un pozol que devorabas mientras escuchabas tal vez el vals “Dios nunca muere”, de los músicos de la banda de viento o la chirimía con el tambor, con ese sonido que anuncia el camino del sufrimiento, pero con ese plato sólo sabes del placer de comer.
El último condimento que se le aplica a un pozole –cuando se es niño-, es una Pepsi o una Coca bien fría, con eso, el placer está completo, no hay mayor felicidad para un paladar.
Hace tiempo, era tanto mi gusto por el pozole que bien pude recibir con honores el mote del “Siete Cazuelas”, apodo que es digno de recibir sólo aquel que ha roto el record de servirse siete veces y pedir para llevar para que lo pruebe la familia.
Como un verdadero Siete Cazuelas, depredador de cabezas de marrano hervidas en maíz con sal y hojas de laurel, merodeador del bajo mundo de las pozolerías que alguien impuso sólo dieran servicio los días jueves, he encontrado que en Tlapehuala, los días viernes muy temprano, una señora de San Antonio de las Huertas vende un pozole como ese de velación.
Los sábados por la noche, cada quince días, mi vecina doña Mary, en la calle Mina, que vende cena, también vende pozole, que aunque blanco, tiene ese sabor de antaño, y cada dos semanas acudo previa cita con Martha, puntual, al encuentro de ese pozole blanco, y ahí coinciden, sólo verdaderos sibaritas arcelenses del pozole.
Por lo demás, a esperar hasta el día jueves, ya tenía una pozolería preferida, pero le apliqué un pequeño embargo comercial personal de no consumir su oliente maíz hervido, porque la última vez que lo sirvió le habían pasado de sal.
Así que el pasado jueves encaminé mis pasos hacía otra pozolería, adonde hace tiempo no había ido. Y ya lejano de los tiempos de aquel legendario Siete Cazuelas, vi en la carta que ofrecían cazuelas de varios tamaños: mini, chico, grande y mediano.
Pedí un pozole chico y después de media hora de esperar me llevaron la pequeña cazuela, durante ese tiempo pensé por qué tardaban tanto en servirlo, si solo hay que sacarlo de la olla, echarlo a la cazuela, y listo.
Pero eso no fue todo, al ver el tamaño de la cazuelita en que me sirvieron fue mi desilusión tan grande, que le dije a Anna Tamayo, de la que me salvé, si pido el pozole mini, seguramente me vienen a dar una cucharada de pozole y ya.



viernes, 20 de febrero de 2015

Soy curandero

Dicen que soy curandero
y que sé de curanderías,
y que el viento todos los días
se me enreda en el cabello.
Dicen que soy el potrero,
que por la seca florece,
que soy un arroyo, un
arroyo que se crece
volviéndose un torrental.
Es mentira. Soy un viejo caimán,
que brinca y desaparece.
Versos de la Costa Chica.


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martes, 19 de agosto de 2014

Aniversario luctuoso del general Luis Pinzón

Un 10 de junio de 1863 muere en la cuadrilla de Corral Falso, municipio de Atoyac, Guerrero, el general Luis Pinzón. Nacido en el puerto de Acapulco, en 1792, Pinzón se unió a Morelos en 1810. También militó bajo las órdenes de Galeana y de don Julián de Ávila. De 1814 a 1821 estuvo a las órdenes de Vicente Guerrero, con quien alcanzó el grado de coronel. Pinzón fue uno de los más fieles seguidores de Guerrero. Después de la Consumación de la Independencia, siguió en la milicia, donde alcanzó el grado de general el 21 de mayo de 1842.
 
 

miércoles, 13 de agosto de 2014

Día de las Chicoteras en Tlapehuala

Había llegado el día. Era mediodía y metió a bañarse. En el tocador de la casa de su madre esperaba una joven técnica en maquillaje que tenía la superficie del colchón de la cama llena de menjurjes, frente a un improvisado tocador que no era más que una desvencijada mesa con un espejo grande colgado a la pared, que ayudaría a la difícil labor de transformar en belleza algo casi imposible.
Salió del baño sin secarse el cabello. Fue al cuarto de sus padres e inmediatamente se sentó frente al espejo. La joven peinadora comenzó por depilar unas largas cejas que jamás fueron tocadas para darles forma, aplicó una crema limpiadora en el áspero rostro refrescándolo después con una loción de Láncome, alternaba las acciones en la cara con un manicure.
Fue bastante generosa con el corrector de imperfecciones para la piel y comenzó a sombrear los ojos que también fueron delineados para que se vieran más expresivos, según le aseguró la maquillista quien al ver el reloj de la pared comenzó a apresurarse y como pintora de arte abstracto aplicó rimel, rubor para las mejillas, quitó el excesivo brillo y delineó los labios con pincel y usó un labial color naranja.
—Ya está, puede ponerse el vestido y la peluca—dijo la joven al momento que recogía todo el conjunto de cremas y maquillajes.
En ese instante, en el corredor de la casa de tejas, sorpresivamente comenzaron unos redobles de tambor y tambora que junto a sonidos de trompetas, saxofones y trombones se preparaban para comenzar a tocar.
Junto a ellos se encontraban mujeres haciendo preparativos para elaborar grandes cantidades de aguas frescas. Unas rebanaban y picaban sandías, otras hacían trocitos a un montón de piñas y vaciaban separadamente a grandes tambos de plástico.
Había fiesta en esa casa y un ajetreo, en el patio había enormes ollas y cazuelas de barro con caldo de panza y frito, un tambo de metal en donde se cocía la barbacoa de un becerro sacrificado la noche anterior en ese mismo lugar, mujeres haciendo tortillas en un improvisado fogón con comal, parte del paisaje era la gran cantidad de moscas y perros con esperanzas vivas de tomar desprevenidas a las hacendosas mujeres.
La banda de viento con estruendo comenzó a tocar y una voz grave cantaba “Viva Dios que es lo primero, porque Él solo nos iguala, como es justo y verdadero le dio ciencia a Tlapehuala…”
Llegaban a la casa vecinos y amistades cargando enormes sandías. Otros, con piñas, tamarindos, melones y bolsas de azúcar. Por fuera, en la calle, un conjunto musical de moda tenía instalada toda su parafernalia para hacer su show, enormes bocinas y costoso escenario. Era un ir y venir de gentes, todo eso observaba Juan a través de la puerta, tenía puesta ya una peluca de un rubio intenso que contrastaba con su piel morena y le faltaba vestirse porque aún no decidía si un vestido completo o una escasa minifalda con blusa. En esa indecisión observando las prendas, entró al cuarto su esposa que no pudo contener la risa al verlo.
—Te ves bonita, ja, ja, ja,—dijo entre risas.
Y le apuró a que se vistiera. Afuera se encontraba su galán, listo para comenzar. Se trataba de un hombre joven, contratado para ser su pareja en la fiesta religiosa-profana del pueblo, ataviado con un grueso gabán y un ancho sombrero de palma, complementaban su vestimenta una antiparras oscuras y un fuste para caballo, unas barbas y bigotes pintadas con alguna sustancia negra que se desdibujaban con el sudor provocado por el fuerte calor de las tres de la tarde y el gabán encima.
Juan se decidió por la minúscula minifalda y una blusa top que permitía ver todo en su esplendor su abultado vientre, con un ombligo que con seguridad le cabía el dedo pulgar de un adulto y sobraba espacio.
Por fin salió del cuarto. Al verlo, todos los presentes regresaban a verlo y reían, algunos chiflaban como si se tratara de una mujer hermosa. Avanzó hasta donde estaba su galán dando pasos churriguerrescos, tambaleantes e inseguros como de niño con pañal abultado y es que las zapatillas lo sacaban de balance y aún así, agarró la mano a su galán y bajo un manteado en el patio de la casa, comenzó a zapatear unas rápidas notas musicales de La tortolita, ante risas de los presentes.
Con prisas, la madre de Juan le allegó un chicote de ixtle y siguió zapateando, huyendo como tortolita de tórtolo y se asestaban chicotazos.
Juan sentía una pena especial, le daba vergüenza y no. Vio cómo lo miraba su hijo de diez años, su esposa Marta, quien llegó con dos Coronitas bien frías, se tomó la cerveza de un jalón y así se las fueron trayendo, bailaba con más gusto, las zapatillas ya no le incomodaban, su galán lo abrazaba y él asumía su rol de pareja femenina.
El grupo musical comenzó a tocar, ellos salieron a la calle bailando la canción de El gavilán y después el Chúntaro style, otra parejas similares recién llegadas se unieron al baile, la gente los rodeaba, les chiflaban, gritaban “¡voy polla!” Y ellos se repartían chicotazos bebiendo cerveza tras cerveza.
Alguien avisó que era hora de que todas las chicoteras de los ocho fiesteros del pueblo se reunieran en el zócalo, la banda de viento comenzó a tocar para que las chicoteras y gente comenzaran a caminar rumbo a la plaza, y en cada esquina se detenían a bailar canciones como La del moño colorado y cumbias picarescas
Para ese momento, Juan bailaba y miraba a todos como en cámara lenta, detrás de ellos venía la gente y su familia, su esposa manejaba la troca del año que se trajo del norte y en la que traía los grandes tambos de aguas frescas que repartían entre la gente.
En el zócalo, a un lado del palacio municipal, coincidieron a bailar todas las chicoteras, gente y más gente, bandas de viento tocando cumbias, gustos y sones, algunas coincidían con la pieza más solicitada y entre el gentío, la música tocando “quítate el jum jum, que te lo quiero ver, qué bonito, qué bonito, vuélvetelo a poner…”

La mayoría de las chicoteras sufrían los estragos del alcohol, los chicotazos arreciaban, de entre la multitud jalaban a personas para que bailaran con ellas, iban de un lado para otro de la plaza ocasionando empujones y pisadas entre la multitud.
Al momento de estar cerca del templo, a un costado de la plaza, Juan dejó de bailar, se introdujo al terreno que ocupa el templo y al llegar a la puerta principal, se arrodilló y comenzó a recorrer la distancia hasta el altar principal donde se encuentra la imagen de su patrona del pueblo.
Al llegar ante ella comenzó a llorar y le dijo que había cumplido su promesa, que fue motivo de escarnio y burla, pero que con gusto lo hizo y que esperaba le hiciera el favor de que pasara rápido y sin peligro a los Estados Unidos, que no lo agarrara la migra. También que a su regreso allá, le llegara ya su tarjeta de residente para así poder venir más seguido a verla.
Salió del templo, abrazado de su esposa e hijo. Llevaba en las manos las zapatillas y la peluca. Llevaba, también, en su mente, la promesa de regresar el año próximo.